El español (o castellano), como los demás idiomas modernos, debería acatar las normas internacionales de nomenclatura química y bioquímica (IUPAC-IUBS), publicadas, por ejemplo, en el Journal of Biological Chemistry 241:527-533 (1966), que recomiendan que las siglas, acrónimos y símbolos sean idénticos en todas las lenguas, y que se adopte la forma en la que fueron escritos inicialmente.
Por otra parte, al respetar estas normas, se mantiene también la más estricta lógica, dado que si en cada lengua se cambiaran las letras o los símbolos, o su orden, podrían aparecer en español denominaciones tan extrañas como TFA para designar el «trifosfato de adenosina» (ATP en la nomenclatura internacional, y también en español), o tan ambiguas como DNA para el «dinucleótido de nicotina y adenina» (NAD en todas las lenguas).
Si “castellanizamos” todas las siglas bioquímicas, la explicación de la síntesis del ácido desoxirribonucleico (descrita por Arthur Kornberg y Severo Ochoa, que les valió el premio Nobel de Fisiología o Medicina –no de Fisiología y Medicina, o de Medicina, solo– en 1959) quedaría de la siguiente e incomprensible forma:
“La síntesis del ADN requiere la acción conjunta de una transferencia de energía, aportada por el TFA (trifosfato de adenosina), y la intervención de la coenzima DNA (dinucleótido de nicotina y adenina).”
Y lo equivalente para el RNA-ARN.
De todas formas, no hay que olvidar que los periódicos, revistas de divulgación, y muchos científicos, utilizan con frecuencia la forma «castellanizada», aparentemente porque es el orden que corresponde al nombre en castellano (ácido desoxirribonucleico), pero también –inicialmente– por influencia del francés, que hizo lo mismo. Otras lenguas han respetado más las normas internacionales (por ejemplo, el italiano), e, incluso, es frecuente encontrar muchos textos científicos en castellano o francés donde se conserva el orden DNA o RNA. Un buen ejemplo es el Vocabulario científico y técnico, de la Real Academia de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales (Madrid, 1990; 2a edición).
Además, y para más INRI (como irrespetuosamente decimos en España), la “palabra” ADN se ha convertido en algo que está en todas partes, la esencia de una corporación, la base de una cultura, la razón de un festejo juvenil (pueden aportarse ejemplos esclarecedores).
Pero, independientemente de cuál sea el resultado final de la polémica, y tal como hemos visto, hay razones de peso para que en el lenguaje científico se conserve DNA y RNA, sobre todo cuando se trata de procesos bioquímicos y/o genéticos. Respetando las normas internacionales, contribuiremos a que se respete la internacionalidad de nuestra lengua, maltratada, entusiásticamente, por 400 millones de descuidados usuarios.
Ricardo Guerrero
Presidente
Sociedad Española de Microbiología
20 de octubre de 2012